lunes, 15 de enero de 2018

REVELACIONES ADJUNTAS A UN SENCILLO PROCESO CREATIVO







…Y un día te despiertas pensando que “hoy sí vas a poder”, que podrás doblarle la mano a la pastilla que adormece tus demonios y serás capaz de comenzar y terminar algo, cualquier cosa que sirva para confirmar tu esencia.  Entonces…tímida para escribir, cierras los ojos en busca de las señales que guíen lo que va tomando forma en tu interior.

Crear. Crear es la  imperiosa orden del momento. ¿Qué cosa? Lo que sea, lo que fluya.

Entornas los ojos nuevamente y, no cabe duda, lo que prima son las imágenes. Por lo tanto, vuelves a tu rincón-taller, al viejo escritorio que alberga sinfín de materiales con los que sueles dar forma  a la idea necesaria. Está desordenado al máximo, polvoriento; nido -estás segura-, de alguna pequeña araña que encuentra entre tan variado vericueto, un refugio de lo más “mono”.

Limpias, lo mínimo. Soplas el polvo que afea todo con sumo cuidado para no ver volar las letras y recortes con los cuales -ya lo decidiste- trabajarás en cartón  un nuevo collage para encuadernar los librillos que quedan rezagados. Práctica. Siempre lo has sido.

Buscas entre los cartones que aún te quedan algún trozo que alcance para las medidas requeridas. Lo encuentras, lo cortas, lo observas y… “¿Qué hago ahora? ¿Me voy por el tema o, según las imágenes más llamativas decido que hacer?”
  
Dudas. Las de siempre. Para no perderte en ellas, optas por delimitar planos: tierra y cielo, en cada una de ellas. Hecho aquello, ¡ya puede “nacer” el resto!

…Entonces, cada página de revista vieja que guardas para el caso, parece ofrecerte un mundo  de posibilidades para tu “nuevo espacio”.  Y buscas, encuentras, recortas, ¡con qué placer! , verde, mucho verde para ofrendar a la tierra que parirá personajes que la poblarán. Y animales, (siempre tratas de incluir alguno de ellos) y flores, y caminos y ladrillos que edifiquen muros y cercas, y montañas…y cielos brillantes, azules y lilas, en donde no quepa el gris.

Retocas con el pincel donde sea necesario y miras...contemplas si el conjunto tiene el equilibrio necesario. No. Falta algún detalle “cool”, que rompa tu porfiado estilo realista. Un ave, de madera junto al perro “real”, unos caballos de fantasía  en el jardín tradicional. Y encolas, encolas y  encolas, hasta el momento de las letras: otra búsqueda lenta y paciente, y…ya está: el título está hecho. Todo a secar.

Breve pausa a media tarde. Medio comer, mucho beber, un leve pestañeo…y retomas.

Es el momento en que una conocida y grata  efervescencia se apodera de ti: llega el momento de encuadernar.

Parece increíble…las horas se han deslizando por este día tranquilo sin que nada perturbe tu deseo de seguir, de completar la tarea. Para ello está la vieja prensa “hecha a mano”, el pegamento, el hilo, la aguja, la expectación, la ansiedad.
…Pero hay que esperar, y es tanto tu entusiasmo que aprovechas a toma un par más de cartones para “dejar fluir” en un paréntesis obligado. Esta vez el negro es la base necesaria para estallar en color.

El tiempo. Las horas. Pasan.

Por fin, tarde noche, te atreves a soltar la prensa y enfrentarte al resultado de todo un día de lucha contra el desánimo, el “déjalo ahí”. Y es grato el resultado…sinceramente, - independiente de cualquier opinión- , hermoso a tus ojos y a tu alma. ¡Qué valioso te parece algo tan simple! Es…cartón. Colores. Papel. Cierta habilidad manual.

¿…?

Es allí que sonríes, te regocijas para ti misma hasta las lágrimas, porque lo sabes. Sabes, que más que un objeto o una manufactura lograda, lo que has podido hacer en este día ha sido reencontrarte y reconocerte a ti misma.

Y aún estás viva. 




Amanda Espejo
Qulicura, enero - 2018