…Y un día te despiertas pensando
que “hoy sí vas a poder”, que podrás doblarle la mano a la pastilla que
adormece tus demonios y serás capaz de comenzar
y terminar algo, cualquier cosa que sirva para confirmar tu esencia. Entonces…tímida para escribir, cierras los
ojos en busca de las señales que guíen lo que va tomando forma en tu interior.
Crear. Crear es la imperiosa orden del momento. ¿Qué cosa? Lo que
sea, lo que fluya.
Entornas los ojos nuevamente y,
no cabe duda, lo que prima son las imágenes. Por lo tanto, vuelves a tu
rincón-taller, al viejo escritorio que alberga sinfín de materiales con los que
sueles dar forma a la idea necesaria.
Está desordenado al máximo, polvoriento; nido -estás segura-, de alguna pequeña
araña que encuentra entre tan variado vericueto, un refugio de lo más “mono”.
Limpias, lo mínimo. Soplas el
polvo que afea todo con sumo cuidado para no ver volar las letras y recortes
con los cuales -ya lo decidiste- trabajarás en cartón un nuevo collage
para encuadernar los librillos que quedan rezagados. Práctica. Siempre lo
has sido.
Buscas entre los cartones que aún
te quedan algún trozo que alcance para las medidas requeridas. Lo encuentras, lo
cortas, lo observas y… “¿Qué hago ahora? ¿Me voy por el tema o, según las
imágenes más llamativas decido que hacer?”
Dudas. Las de siempre. Para no perderte en
ellas, optas por delimitar planos: tierra y cielo, en cada una de ellas. Hecho aquello,
¡ya puede “nacer” el resto!
…Entonces, cada página de revista
vieja que guardas para el caso, parece ofrecerte un mundo de posibilidades para tu “nuevo espacio”. Y buscas, encuentras, recortas, ¡con qué
placer! , verde, mucho verde para ofrendar a la tierra que parirá personajes
que la poblarán. Y animales, (siempre tratas de incluir alguno de ellos) y
flores, y caminos y ladrillos que edifiquen muros y cercas, y montañas…y cielos
brillantes, azules y lilas, en donde no quepa el gris.
Retocas con el pincel donde sea necesario
y miras...contemplas si el conjunto tiene el equilibrio necesario. No. Falta
algún detalle “cool”, que rompa tu porfiado
estilo realista. Un ave, de madera junto al perro “real”, unos caballos de
fantasía en el jardín tradicional. Y
encolas, encolas y encolas, hasta el
momento de las letras: otra búsqueda lenta y paciente, y…ya está: el título
está hecho. Todo a secar.
Breve pausa a media tarde. Medio
comer, mucho beber, un leve pestañeo…y retomas.
Es el momento en que una conocida
y grata efervescencia se apodera de ti:
llega el momento de encuadernar.
Parece increíble…las horas se han
deslizando por este día tranquilo sin que nada perturbe tu deseo de seguir, de
completar la tarea. Para ello está la vieja prensa “hecha a mano”, el
pegamento, el hilo, la aguja, la expectación, la ansiedad.
…
…Pero hay que esperar, y es tanto
tu entusiasmo que aprovechas a toma un par más de cartones para “dejar fluir”
en un paréntesis obligado. Esta vez el negro es la base necesaria para estallar
en color.
El tiempo. Las horas. Pasan.
Por fin, tarde noche, te atreves
a soltar la prensa y enfrentarte al resultado de todo un día de lucha contra el
desánimo, el “déjalo ahí”. Y es grato el resultado…sinceramente, -
independiente de cualquier opinión- , hermoso a tus ojos y a tu alma. ¡Qué
valioso te parece algo tan simple! Es…cartón. Colores. Papel. Cierta habilidad
manual.
¿…?
Es allí que sonríes, te regocijas
para ti misma hasta las lágrimas, porque
lo sabes. Sabes, que más que un objeto o una manufactura lograda, lo que
has podido hacer en este día ha sido reencontrarte y reconocerte a ti misma.
Y aún estás viva.
Amanda Espejo
Qulicura, enero - 2018
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